¡Mandrágora! ¡La mágica mandrágora! Inevitable no hablar de ella en un blog esotérico como éste. Paracelso decía que era la “reina de las plantas”, y es que está rodeada de todo tipo de creencias que podrían llenar todo un libro.

Era creencia que quien arrancaba la raíz de la mandrágora podía morir en poco tiempo, razón por lo cual, una vez excavado el rizoma, se ataba el extremo de una cuerda a la raíz y el otro extremo a las patas o cola de un animal (generalmente un asno o un perro grande) y se le hacía correr, para arrancar de esta forma la mandrágora sin riesgos (quiero pensar que, afortunadamente, en pleno siglo XXI ya nadie realizaría este tipo de prácticas que se considerarían maltrato animal).

También se solía decir que cuando una mandrágora se arrancaba del sitio donde se encontraba enterrada, la planta daba un gran grito que podía dejar sordo a quien lo escuchaba; por ello siempre se recomendaba taparse los oídos antes de tomar la raíz. De hecho, seguramente muchas de vosotras habréis leído (u os habrán explicado vuestros hijos) las mil y una aventuras del joven mago Harry Potter. En las obras de J.K. Rowling, las mandrágoras (en el libro también llamadas mandrágulas) son parte del plan de estudios de “Herbología” de segundo año en Hogwarts, y destaca el alto volumen de su llanto, hasta el punto de que en una de las batallas narradas, los estudiantes usan la mandrágora a modo de arma para atacar a los Mortífagos.

Otra creencia muy popular dice que la mandrágora debe ser arrancada en la noche de San Juan, y si no se puede, durante uno de los dos equinoccios anuales (primavera u otoño), pero necesariamente tras la puesta del sol.

Algunas brujas de la Edad Media, e incluso del barroco, arrancaban mandrágoras la Noche de San Silvestre (31 de diciembre), una de las noches “malditas” pero mágicas del año.

El gran historiador Plinio explica en uno de sus libros que “los que la cogen [la mandrágora] procuran que el viento nos les venga de cara, y con una espada muy afilada, describen tres círculos alrededor de ella antes de arrancarla, lo que hacen mirando siempre a Poniente”.

También es creencia recogida por el escritor Lucho Tuset Cortés, que se creía que la persona que era poseedora de una mandrágora, o al menos de un trozo de su raíz ya secado, era invencible en la lides amorosas y guerreras.

Directamente de labios de Martín Belbau, ese gran conocedor de la “botánica oculta” al que muchos llamaban el ermitaño de las Alberes, conocí la antigua y aún hoy practicada creencia de poner siete trocitos de mandrágora “coupé” dentro de una bolsita de cuero o de fieltro de color negro, y colocarla debajo de la almohada para tener “buenos sueños” y protección mientras dormimos los siete días de la semana. Esta creencia pudo haber sido exportada por los conquistadores españoles a Centroamérica, pues en Guatemala, concretamente en la zona del altiplano (Lago Atitlán, Chichecaztenango, etc.), pude ver observar cómo los actuales indios mayas ponen debajo de sus almohadas una cajita en la que encierran siete muñequitos muy diminutos y a los que denominan “quitapenas”.